Mi vieja, dona Myrurgia, a los catorce años se quemó el brazo derecho en el lavadero donde trabajaba.
Las quemaduras alcanzaron casi el 80% de su brazo derecho, que reconstituyó un médico, cuyo nombre se me ha borrado, con injertos de piel de la entrepierna de mi madre.
A ese madero quemado, nos aferramos mis cinco hermanos y yo en la fiebre, en el miedo o en la tristeza. A los 17 se casó con mi viejo y pocos meses después había engendrado una extraña criatura, que resulté ser yo.
Mi vieja la peleó toda la vida, con contradicciones y contradicciones, que nos llevaron a muchos desencuentros y enfrentamientos, pero la quise mucho más allá de todas las tormentas.
Ella fue una persona sometida a todos los sometimientos ideológicos posibles, sin embargo estuvo atenta a la emergencia de la Revolución Cubana(de hecho, le hizo firmar un cuaderno de mi segundo año de escuela a un miliciano cubano que paseaba por 18 de Julio. Ricardo Baleadores se llamaba). Votó la reforma popular de la izquierda en el 62, pero puso una lista del Partido Nacional acompañándola( digo esto con el mayor respeto por mis amigos blancos).
En el 66 votó a Zelmar, después de dudar mucho en si votaba o no al Frente Izquierda de Liberación o a la Unión Popular. En el 71 no tuvo dudas y votó al Frente Amplio, aunque me advirtió que jamás votaría por los comunistas. Era una mujer con temor de Dios, a la que habían calado hondo las críticas y denuncias de los regímenes del llamado ¨socialismo real¨.
Sin embargo, después que mi tío Hugo da Cunha, militante comunista y del transporte, fue preso y, especialmente, cuando falleció a consecuencia de la cárcel y sus padecimientos, empezó a mirar al Partido de mi tío con menos antipatía.
De hecho, ya en democracia, sé de buena fuente que mi vieja asistió a actos de Democracia Avanzada, el sector coaligado con el PC en el Frente, con un cartel que decía ¨Hugo da Cunha presente¨. Mi madre me hace mucha falta.
Como las madres de aquellos que me he cruzado en la vida, que de algún modo a través de sus dulzuras y afecto, me han dado y me dan aquella vibración, aquel eco de entrañas que salía de mi madre. Delia la madre de Gustavo Foullié que me amparó en Bs.As. del horror y el espanto.
La increíble vieja Mecha, la madre de José Luis Pérez, extraordinario baterista, que era capaz de iluminarte el día, sabiendo escuchar y calentándote las tripas con mate y tortas fritas.
Reneé, la madre del gaucho Silveira, una vieja dama de excelsa clase y dignidad.
Elisa Dellepiane, la madre de los Michelini, y la inolvidable Tota Quinteros a las que conocí en la campaña del Voto Verde contra la Impunidad.
Amparo Peralta, la interminable gallega madre de los Urruzola, con sus campanitas y su buen humor(del que carece alguno de sus hijos).
La madre de Esteban Leivas que era un puente hacia el reencuentro con uno de mis amigos más valiosos y entrañables.
Imilce Sosa, la madre de Raúl y Víctor Sosa, militante de hierro con su compañero Julio, que me abrigaron en las noches más desoladas e inhóspitas.
Luisa Cuestas, de Familiares, que me enseñó de una vez y para siempre la inconcebible altura de la dignidad humana mezclada con el eterno femenino.
Julia Amaro, en cuyo piano quedó para siempre retratada Natalia con un año, una de mis mejores escuchas en el programa de radio que hago con Julio César Corrales.
Este día he pensado mucho en mi madre, en su ausencia y en su presencia, que también está en estas madres de madres.