jueves, 21 de mayo de 2009

HECTOR ROSALES RECUERDA A MARIO BENEDETTI.


Hace unos años, cruzando la plaza Libertad me encontré con Mario Benedetti y Luz su mujer.
Iban del brazo, caminando lento y apenas si me saludaron, mejor dicho Mario me saludó brevemente.
Apenas si nos hablamos.
En otros encuentros, Benedetti había sido extremadamente amable y cordial, en mis fantasías yo lo atribuía a que había comprado a Alma Dell´oca el disco ¨Los caballos perdidos¨(Sondor, 1982) cuando volvió del exilio.
Como sea, a diferencia incluso de posteriores encuentros, Benedetti se detuvo unos segundos para saludarme y su mujer apenas hizo un gesto con la cabeza. Luz estaba muy distinta que la imagen que incluyo, junto con el recuerdo del poeta Héctor Rosales, acaso más valioso que el del blogger.
Siempre retuve en la memoria de ese encuentro lleno de presunciones tristes, especialmente para Mario en aquellos días.
Desde Barcelona, Héctor Rosales escribe:
´A los pocos días de morir Onetti, pensando cómo se sentiría Mario ante
la partida de su amigo, se me ocurrió llamarle por teléfono a Madrid.
Atendió Luz, al igual que en otras ocasiones allí o en Montevideo.
- “Hiciste bien en telefonear. Mario queda muy mal cuando fallecen
amistades o familiares. Pasa días y días entristecido, como si fuera
otra persona. Le cuesta muchísimo superar estas cosas. Ahora salió, pero
cuando vuelva le diré que llamaste para alentarlo. Le daré tu abrazo.”

Cuando murió Luz en el 2006 imaginé con terrible claridad las consecuencias.

En abril del año siguiente visité a Mario en Montevideo. El entrañable poeta
conservaba intactas su calidez y generosidad, incluso retazos de su buen humor,
pero en él ya habitaba, definitivamente, aquella “otra persona” que mencionara
Luz, un hombre extenuado de luchar contra las despedidas, muy en particular esta
última, insuperable.
- “Fueron 62 años de matrimonio bien avenido”, me comentó temblándole un intento
de media sonrisa bajo aquel bigote blanco. Estaba todo dicho.

Tengo muy vivas las imágenes del río de compatriotas que acompañaron al cuerpo
(ya sin Mario, disperso en cada gota de ese río) hasta el Panteón Nacional.
Muy sentidos los testimonios, los difíciles aplausos, la guerrilla contra el dolor,
las convicciones subrayadas, la orfandad general.
¡Qué cerca mis paisanos, el humilde orgullo de Benedetti, las fraternales condolencias
de otras geografías volcadas en aquel otoño con una esquina rota!

Después de las ceremonias, los restos físicos de tan inquieto viajero concluyeron
en el Cementerio del Buceo, al lado de Luz. Como debía ser.

Cinco días antes Andrés Echevarría me pasaba un video que habían preparado para un
homenaje a Benedetti, aplazado en su día, y ayer póstumo.
Con una bellísima música de Viglietti cual fondo, diferentes personas leen un poema,
luego el intendente Ehrlich se suma con otro texto, y a la postre Mario, en una
grabación reciente, lee versos de estos meses del adiós.

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