sábado, 26 de febrero de 2011
Cuento celeste
Nacido el 16 de julio.
¨Los poetas nos han dejado dicho:
No grabar en la piedra que no crece,
Sino en los árboles que van andando
Hacia arriba, hacia el aire…¨ Roberto Fernández Retamar
Mi abuelo Casiano da Cunha, cuando era todavía un niño, cayó en el Sur desde el lejano Norte pernambucano empujado por la ley de gravedad y
por las consecuencias de una pelea que con un hermano ¨mais velho¨ que lo acosaba con bromas y burlas y al que golpeó con un trespie de zapatero dejándolo tirado y creyéndolo muerto.
Apretando un morral como a su corazón atormentado, cargado apenas con un par de zapatos, pan y una camisa dominguera, atravesó campos y carreteras en una carrera desesperada y sin destino.
Montado en camiones de carga y en otros transportes llegó a Porto Alegre y allí supo, por correspondencia con una tía, que su hermano estaba bien y que los suyos le pedían que regresara.
Pero no regresó, decidió quedarse en el Sur, que era casi otro país.
Trabajó en el mercado central de la ciudad donde cargó y descargó fardos de lana, cajones de frutas y verduras, hasta que cansado de cargar como un mulo joven, se fue con un camionero bastante más al sur, al lejano Uruguay de los castellanos.
La historia familiar no registra el modo en el que llegó mi abuelo Casiano a un pueblito llamado Cardozo, en Tacuarembó. Sólo sé por mi madre que se instaló allí y volvió al oficio de zapatero remendón, que había aprendido de su padre.
¨cardozo la Atlántida
es un testamento sumergido
donde se pudren los huesos de mis fantasmas
cardozo es mi abuelo
doblado sobre el trespié
una morena dueña de una vitrola
y un hijo feo y bobo
llamando a mis tías para un baile
cardozo exigua herencia
de nombres y recuerdos familiares
el tío Hugo soñando abierto un ojo
el siempre alerta
para darle a los sueños un sentido
de clase
cardozo de bailes con vitrola
con risas de mujeres y galanes tímidos
y el bobo babeándose solo en un rincón
-¨ah, não, si o Toto não dança…o baile se deixa,
o baile é feito para o Toto dançar…
amenaza la morena
dueña de la única vitrola
cardozo piso de tierra
olor a colonia y a hembras en plenitud
el abuelo Casiano doblado sobre el trespié
tac-tac-tac-tac
silbando una modinha
el sol muy alto
y mi madre asombro y mocos
es una niña que cruza el verano tras su aro
Con el tiempo Casiano traería a su mujer, mi abuela María, casi una niña, con la que tendría catorce hijos que, en razón de las dificultades de mi abuelo para expresarse en castellano o del funcionario del registro civil para entenderlo, serían registrados como ¨Cunha¨, ¨Dacuña¨, ¨Cuña¨, ¨Acuña¨, etc.
Sólo los más chicos, entre los cuales estaban mi tío Mario y mi madre, fueron registrados correctamente con el apellido da Cunha original.
Con la construcción de la Represa del Rincón del Bonete mis abuelos y su prole tuvieron que volver a emigrar, ya que Cardozo quedó cubierto por las aguas de la represa y toda la población debió realojarse en otras partes.
Los míos se instalaron primero en Paso de los Toros, y luego se vinieron todos a Montevideo.
La ley de gravedad seguía empujando a los da Cunha al Sur.
En Paso de los Toros, mi tío Mario, hijo de una familia marcada por las saudades y el desarraigo, viviría sus primeros éxitos deportivos jugando en la selección local contratado por Central de Montevideo.
¨Todo esto,-como diría Borges- ya lo contó
mejor Kipling; como dijera El Otro: ya lo
contó mejor Quiroga…¨ Washington Benavides
¿Qué tendrán que ver estas historias familiares de brasileños desarraigados y nostálgicos con el Mundial de Fútbol 2010?
En la víspera de los partidos de octavos de final, a los que Uruguay llegó invicto y con dos partidos ganados consecutivamente, tuve un sueño perturbador que, además de desvelarme, me dejó envuelto en recuerdos de infancia y peripecias familiares mientras el día ascendía por mi ventana.
La madrugada previa al partido Corea soñé que llamaba por teléfono a mi amigo Eduardo Darnauchans Miralles y lo invitaba para verlo en mi casa junto a mi hijo y sus los amigos.
Para entusiasmarlo y sacarlo de su exclusiva geografía de Centro y Ciudad Vieja y hacerlo venir a Malvín, yo le hablaba como un vendedor de electrodomésticos sobre las ventajas de las pantallas LCD y la High Definition.
El Darno que ¨se pasó a lo claro¨, como dice Joao Guimaraes Rosa, en marzo de 2007, más acá de aquel personaje oscuro que representaba tan bien, y que se apasionaba por Ezra Pound, Bob Dylan y los trovadores provenzales, era un peñarolense de ley y gustaba del fútbol.
Una canción a medias( para el C.A. Peñarol
A Eduardo Darnauchans Miralles
¨vos vas al arco¨
peñarol
voz de calderas trenes
oscura ropa de inmigrantes
recuerdo a spencer
gato grande y astuto
alcanzando el sol
con un frentazo
a un niño quieto
por el candado de sus riñones malos
liberándose
de una cama de hospital
en una fuga de incontables caballos
peñarol
una corrida de joya por la punta izquierda
mágica
como un viaje por London
cuando el niño cambiaba
la radio
por los lejanos mares del sur
peñarol
toda mi infancia
dale dale
enfrentando las cargas de la vida
desde el arco.
El día del partido con Corea, no tuve respuesta del Darno que se encuentra en estado de encantamiento, aunque estoy seguro que habría gritado los goles celestes de Forlán y Suárez y me habría recordado una vez más ¨que estrené mi llanto¨ exactamente un año después de San Maracaná.
¨Para jugar al fútbol no sólo hay que jugarlo bien, sino sentirlo muy adentro como lo siente Uruguay y como lo sienten sus cultores, lo que les valió ganar el Campeonato del Mundo y la copa que lleva mi nombre¨, Jules Rimet, Río de Janeiro, 1950
Nací el 16 de julio de 1951.
Crecí escuchando las viejas historias familiares y la grabación de aquel gran triunfo celeste de Maracaná en el inmortal relato de don Carlos Solé.
Todos mis tíos eran apasionados por el deporte y habían sido futbolistas con alguna destreza, especialmente Mario da Cunha, que había jugado en Paso de los Toros y Central, y que fue suplente de Obdulio Varela en la Reserva de Peñarol.
La historia del tío Mario se parecía mucho a una película argentina de 1948, de Leopoldo Torre Nilsson, llamada ¨Pelota de trapo¨, que protagonizaban
Armando Bó y Graciela Lecube y que, en el viejo cine de barrio Metropol, en las inolvidables matinés de 13 a 19 horas, pude ver y comprobar los puntos de contacto de la ficción con la vida de mi tío.
Como Armando Bo, protagonista central de la película, Mario debió dejar la práctica activa del fútbol a causa de una enfermedad descubierta por los médicos del club.
No puedo recordar qué le pasaba a Armando Bo, que en la ficción era centrodelantero, y que aún no dirigía ni había descubierto a la Coca Sarli, pero sí que volvía a su vida anterior en un modesto barrio porteño después de haber tocado el cielo con las manos.
A mi tío Mario, que era centro half, le detectaron una dolencia cardíaca que años más tarde lo mataría.
Mi primo Bimbo, hoy iluminador de la Sala Nelly Goitiño, era muy niñito cuando su padre falleció, y recuerdo que miraba inquieto los aviones pasar por el cielo, porque él creía firmemente que un avión,en algún momento se lo devolvería.
Mario no había pasado de jugar partidos en la Reserva, por lo que no conoció la gloria de los grandes titulares y la letras de molde, apenas quedó el registro fotográfico y un pie de foto en el día de su boda, publicado en la página deportiva de un diario que mi tía Chola conservó por años.
Estas palabras que vienen de lo que permanece en la memoria son mi homenaje a él, que no conoció otra gloria que el haber sido uno de los elementos de cohesión de la vieja casa familiar, desbaratada por la temprana desaparición del abuelo Casiano.
Cuando el tío dejó la práctica activa del fútbol a consecuencia de su enfermedad, volvió a su oficio de electricista y Peñarol le consiguió un puesto como encargado las luces del Estadio Centenario.
¨El gol de Friaca fue off side, pero creo que se le escapó al excelente juez Reader porque en ese momento le obstruían la visual¨. Jules Rimet
El mes de julio y los Mundiales me llevan inevitablemente a mi infancia y a la casa de la calle Giró.
El domingo 16 de julio de 1950 todos mis tíos, aún los que ya se habían casado, estaban allí para un almuerzo que se extendió esperando la final en Maracaná.
Mis padres, ella con 17 y él con 23, vivían entonces con mi abuela paterna y mis tías solteras en Villa Muñoz, ese día de final de campeonato del mundo mi madre aceptó a acompañar a su suegra al cine Ateneo, a la función matiné de la que ésta era completamente adicta.
Mi abuela Carmen no era una espectadora calificada, carecía de todo sentido crítico, era capaz de ver con el mismo interés una obra maestra como un melodrama de cuarta.
Hija de una clase media rural que había conocido tiempos mejores, había descubierto el cine en Montevideo y se había hecho una espectadora obsesiva.
Abandonada por mi abuelo Alfonso, cuando sus hijos aún eran chicos, encontró consuelo en el trabajo duro y en el cine de los fines de semana.
Pero esos son otros cuentos.
El asunto es que mi abuela Carmen puso los ravioles temprano y a la una y media ya estaban sentadas en en la sala del Ateneo junto a algunos pocos asistentes más.
El primer gol de Friaca, que recorrió como un murmullo la sala, desconsoló a mi madre e hizo chistar enojada a mi abuela que no quería que nada la distrajera de la película.
Con el empate de Schiaffino los murmullos crecieron aún más, mi madre se dio cuenta que el resultado del partido había cambiado.
No aguantó más y le dijo a mi abuela: ¨
-¨Disculpe doña Carmen, me voy a la casa de mi madre¨.
El segundo gol la encontró caminando por la calle Garibaldi.
Mi abuela Carmen permaneció impasible frente a la pantalla, mientras de reojo advertía como el resto de los asistentes comenzaba a abandonar la sala progresivamente.
Cuando se dio cuenta que era la única espectadora en la sala no tuvo tiempo de asombrarse, porque la película se interrumpió y la luz de sala se encendió.
Ahora pienso ¿ cuál sería el film que mi abuela estaba viendo?
Nunca lo supe, pero sí me contaron de la de ira santa que le sobrevino a aquella mujer menuda, tímida, contenida y de buenos modales impuestos por la férrea educación recibida porque se puso a gritar y a putear como nunca, como seguramente no lo hizo cuando Alfonso, aquel atorrante pistón de banda dominguera, la abandonó para siempre sin previo aviso.
Exigía a gritos, parada en medio de la sala vacía, que la película continuara y que se hiciera presente el dueño del cine.
Fue entonces cuando un señor, que se presentó como el proyeccionista, que bastante amedrentado, pero amparado en la lógica de los acontecimientos le dijo:
-¨Señora, ganó Uruguay, somos campeones del Mundo y ya no queda nadie en el cine¨.
_. "¿Y a mi qué me importa?", contestó mi abuela, " yo quiero terminar de ver la película".
El tipo trató de explicarle que ganar un Campeonato del Mundo era un hecho absolutamente excepcional,un asunto que no se da todos los días.
Pero así había sucedido. Uruguay, que había ido de punto era banca, había humillado al super scracht brasileño derrotándole en su propia casa Y en un estadio especialmente construido para que fueran campeones.
Le dijo que los proyeccionistas también eran uruguayos y que tenían derecho de salir a festejar como todos.
Mi abuela siguió protestando.
El hombre ,resignado, le dio vales para la semana siguiente y, de yapa, para las restantes del mes de julio.
Aún así mi abuela se fue a casa contrariada y a regañadientes
¨Obdulio en el túnel nos dijo eso, ¨los de afuera son de palo y empezó a cantar: ¨Vayan pelando la chaucha/ aunque les cueste trabajo/ donde juega la celeste/ donde juega la celeste/ todo el mundo boca abajo…¨ Alcides Edgardo Ghiggia
Entre los recuerdos que se agolpaban aquella madrugada previa al partido de Octavos de final, entre Uruguay y Corea, dos eran protagonizados por Obdulio Varela, el Capitán de Maracaná, durante mi infancia.
Cuando tenía 6 o 7 años, a mis padres, mis hermanos y yo, nos fuimos a vivir a vivir a la calle Giró con María, la abuela materna.
Una mañana escuché una voz grave que provenía del comedor.
Entreabrí la puerta para espiar y vi a mi abuela conversando con un hombre morocho, de traje y gabardina, sentado frente a ella.
Nunca lo había visto antes, pero había en él rasgos comunes a los que reconocía en mis tíos, el color de la tez, el pelo crespo, la estatura, los ojos negros e intensos, y la voz firme y grave.
Así que entré en la habitación y me apreté primero contra el regazo de mi abuela, mientras observaba al visitante a mis anchas.
Después tomé confianza, porque suponía que aquel hombre era de la familia, y me senté en sus rodillas.
No recuerdo lo que hablaron aquel día, sólo sé que fue una visita larga y amena para mi abuela, y que sobre la mesa había café y un bizcochuelo que mi madre había horneado en un horno de primus.
Puedo recordar sus manos grandes, oscuras y ásperas, en marcado contraste con las manos de mi padre delgadas y suaves, peluquero y guitarrista.
El otro recuerdo, que mi madre evocaba siempre muchas veces, es la llegada de Obdulio al velorio del tío Mario.
Mi madre y mis tías consternadas preparaban café, atendían a los amigos y vecinos en la sala velatoria, mientras los tíos iban y venían desolados.
En mitad de aquella noche tristísima para la familia, Obdulio entró a la sala de traje oscuro, saludó con un gesto de cabeza a los amigos y vecinos, le dio un abrazo a uno de mis tíos mayores y se dirigió hasta el féretro.
Contaba mi madre que estaba allí, acurrucada en una silla, que se acercó y dijo por lo bajo:
-" Moreno , ¿qué me hizo?".
Como si la muerte no fuera un impedimento suficiente y razonable para que un centro campista abandone la cancha de la vida.
¨Por mucho que me fuercen yo nunca voy a decir que todo tiempo por pasado fue mejor. Mañana es mejor¨. Luis Alberto Spinetta
Hace apenas un rato que terminó el largo y magro partido final entre Holanda y España consagrando al seleccionado español Campeón del Mundo por primera vez .
Este encuentro cargado de golpes, de mala intención y de tarjetas amarillas, se cerró con un gol agónico, conseguido después de una rápida devolución de pelota tras un corner no cobrado.
El partido sólo se salva porque fue el fin de fiesta de Sudáfrica 2010, porque asistió Mandiba, el legendario Nelson Mandela, y porque España, también Campeón de Europa, hizo más esfuerzo por ganarlo.
Por otro lado, y también por primera vez, un uruguayo es elegido el mejor jugador del campeonato: Diego Forlán, capitán eventual y la indiscutible figura del seleccionado celeste.
Ayer habíamos visto un partido de alto voltaje por el Tercer puesto jugado hasta el último suspiro a un ritmo infernal por Alemania y Uruguay.
Esta es la cara y ceca de la última moneda del Campeonato Mundial de Sudáfrica, que nos tuvo en vilo durante un mes, en el que nuestra selección nacional obtuvo logros que no alcanzaba en más de medio siglo.
En Sudáfrica 2010 Uruguay logró una adhesión total y absoluta de su hinchada, que había estado recelosa y esquiva por décadas de fracasos, malos manejos directrices y humillantes derrotas.
De pronto, aquel Uruguay perdedor frente modestos equipos del Pacífico a los que históricamente vapuleaba futbolísticamente, aquel Uruguay de jugadores exportados que nunca rendían como los de acá, aquel Uruguay miedoso y clasificado siempre por la repesca en la última década , empieza a lograr los resultados que son los que mandan en el fútbol.
Como dice mi maestro y amigo, el Profesor Daniel Vidart:
¨Cuando el fútbol nuestro de cada día, tan aporreado, tan venido a menos en la escala internacional y en el orgullo local, pelea y gana posiciones cada vez más altas en este campeonato del mundo, se advierte que, nuevamente, se ha puesto en marcha un vaivén de lanzadera que corre desde la parte al todo y que desde allí regresa a la parte para decirle “levántate y anda”. De tal manera el deporte y la identidad nacional, o la conciencia colectiva, o la personalidad de base, o llámesele como se le llame, se alimentan recíprocamente.¨
Entonces se produce una suerte de ¨unidad nacional¨, un renacer del orgullo adormecido por la crisis institucional y deportiva que nuestro fútbol vive desde hace décadas.
Se produce un tremendo efecto multiplicador sobre la economía, que hace que se vendan los televisores, las publicaciones, los albumes de figuritas, y millares y millares de banderas, camisetas, bufandas y enseñas ayudando a parar la olla de los uruguayos buscavidas.
En este país, donde se consolida la democracia cada día, donde impera la libertad irrestricta de expresión, y donde los partidos políticos, las organizaciones sociales, empresariales y de trabajadores gozan de la más completa libertad, el fútbol no es libre.
En las dos últimas décadas, con mayor evidencia, el fútbol ha estado en manos de una empresa hegemónica que lo ha manejado a su más completo antojo, poniendo y sacando jugadores y técnicos, desmantelando o reforzando equipos a voluntad.
Sin embargo, quizás al influjo de las nuevas realidades que hoy vive el país, Uruguay pudo vivir un proceso deportivo distinto, ajeno a la influencia de los poderosos intereses que se mueven en el fútbol uruguayo.
El Maestro Oscar Washington Tabarez, un hombre recto y franco, logró sortear las dificultades de interminable y durísima Eliminatoria Sudamericana
Por cierto, en la fase previa al Mundial de Sudáfrica, Uruguay clasificó azarosamente en la ronda de repesca con Costa Rica, a la que eliminó empatándole apenas, en Montevideo.
Una vez en Sudáfrica, el Maestro Tabarez fue artífice de una gesta contemporánea que se vuelve referencia para las nuevas generaciones y nos libera a las anteriores del peso lapidario del legado Maracaná.
De eso no tienen la culpa ninguno de los héroes deportivos de aquel 16 de julio, sino nosotros mismos que quedamos atrapados en la nostalgia y prisioneros de una fenomenal especie de soberbia cuando decíamos :
¨Los uruguayos somos campeones del mundo o no somos nada¨.
En Sudáfrica, una treintena de uruguayos, entre jugadores y técnicos, lograron el despertar de un país deportivo sumido en un letargo de más de cuarenta años.
Uruguay se metió entre los cuatro mejores del mundo y las multitudes se agolparon a lo largo y a lo ancho del país, y en los distintos países de la diáspora.
El tronar de tambores de un extremo a otro, la inusitada proliferación de banderas nacionales, las concentraciones multitudinarias y la alegría desatada en cada barrio, en cada ciudad, en cada rincón del Uruguay, no sólo respondió a los resultados o a una sorpresiva fiebre nacionalista, sino una franca aprobación de la sociedad uruguaya a la a humildad, la entrega, el sacrificio, el espíritu colectivo, la franca amistad y la solidaridad generada entre los protagonistas principales.
La selección Celeste permitió que las nuevas generaciones comiencen a hacer su propia historia, en un país que vive una era de cambios.
Los uruguayos ya no tenemos que mirar al pasado con nostalgia.
El porvenir deportivo de un pueblo futbolero es claro y celeste como la mirada del Mejor Jugador del Mundial Sudáfrica 2010.
Atilio Duncan Pérez da Cunha
( Macunaíma)
"Estallido celeste", Editorial Fin de Siglo, 2010
Suscribirse a:
Entradas (Atom)