sábado, 5 de abril de 2008

SER MANYA.


Esto es bello. Álvaro en el vestuario casero, esperando que salga el buen sol valenciano para salir a la cancha del mundo con los colores de nuestro corazón. Baberos gigantes para el padre y para el tío montevideano.

para mi sobrino valenciano Alvaro Leivas

Desde los cuatro o cinco años, siento una vibración muy especial por los colores negro y oro, por el nombre, Peñarol, en el que resuenan ecos de voces de barrio ferroviario, historias familiares y leyendas inolvidables. Una serie de hechos encadenados, la vida de uno de mis tíos más queridos, el ciclo deportivo excepcional desde fines de los años 50, hicieron de mí un manya, enamorado de su club, embriagado en la gloria que trajeron consigo Alberto Spencer, Juan Joya, Pedro Rocha, el gran capitán Goncalvez, Fernando Morena y tantos otros, jugadores de las últimas cinco décadas.
Amo ese mágico momento en el que el equipo sale a la cancha y las tribunas estallan en una explosión como en una reacción en cadena, que sacude el corazón y hace temblar las piernas y todo el cuerpo.
Es el momento más Peñarol de un partido, con independencia de todos los posibles resultados, es el instante preciso en el que uno reafirma su amor por el club glorioso, al que hemos ganar en tantas tardes y perder como un grande también, en tardes más grises y penosas.
Pero aquí, hay un asunto raro, que tal vez hagan de mi un manya naif o al menos, vegetariano.
Cuando Peñarol sale a la cancha, mi corazón está pendiente de mi equipo, no importa el rival que tengamos enfrente, ya sea el Real Madrid o el rival de siempre. 
Mi amor por el manya no está supeditado a odiar a los rivales, a despreciar su historia, su mística y su grandeza, que nos vuelve más grandes cuando les ganamos. Y también grandes cuando nos derrotan, por ellos deberán admitir que ganarle a Peñarol no es poca cosa, es rozar los sutiles dedos de la historia y  poder entrar en ella para siempre.
En 1966, después que Peñarol dio vuelta un partido en el que perdía 2-0 y que ganaría luego por 4-2 frente al River Plate argentino, poderoso equipo de entonces, para coronarse Campeón de América, aprendí que el Manya no da partido por perdido. Y que hasta el último instante, hay chance de un dulce sorbo de gol.
Pero entonces, mientras oíamos el relato por la radio de don Carlos Solé, junto a mi tío Pirulo, yo escondía la cabeza en la almohada y lloraba silenciosamente.
En el entretiempo, el tío me contó de Mario, otro tío, al que todos queríamos mucho, que había jugado en la selección de Paso de los Toros, en la de Tacuarembó, en Central y que pasaría después pasaría a Peñarol.
El Tío Mario no tuvo mucha suerte, tenía al gran Obdulio Varela por delante en su mismo puesto y después le apareció a una afección cardiaca, perversa herencia genética que lo mataría a los 48 años, dejando tres hijos muy pequeños, mis primos hermanos Bimbo, Mario y Miriam.
La vida te da y te quita, Mario da Cunha tuvo el alto honor de vestir la camiseta aurinegra, y con ello hizo felices y llenó de orgullo a mi abuela y mis tíos.
Pirulo me contó del dolor profundo que sintió cuando su hermano dejó la práctica activa del deporte y de como sufría desde afuera, cuando después de recibirse como técnico en electrónica, el Club le consiguió un puesto en el cuidado de la red lumínica del Estadio Centenario.
Con sus palabras, me dijo que Peñarol es un nombre amado y amable, que no está asociado a la mezquindad, a las miserias humanas, a las bajezas y a las cobardías.
La reflexión del tío Pirulo desde aquella tarde en casa, en 1966, me enseñó a querer al club sin odios y sin amarguras.
Quisiera asociar tu imagen valenciana, tan cerca y tan distante, a las mejores tardes de mi vida, cuando te pongas los colores de Peñarol.
 
Llanto de Amadeo Carrizo


                                                                                                                                           a Don Carlos Solé y al Dr. Carlos Da Silveira
que en 1966 la paró con el pecho, burlándose
de la delantera de Peñarol


no se puede vender la piel del león
antes de matarlo y rematarlo
y dejarlo bien muertito
no sea que en el último aliento
sienta el llamado de la selva
y de un zarpazo te abra el pecho florido

o sea

si te burlas y expones
creyéndolo atrapado en las redes:
a llorar al cuartito.






boomp3.com

domingo, 30 de marzo de 2008

VALENCIANOS GUARROS.


Miguel Angel Landete, el Senior, con su banda El cor brutal, anduvieron por la Muy Fiel y Conquistadora. Se juntaron con otros chicos malos de por acá, la novel banda ¨La vaca del fondo¨, y grabaron en el histórico estudio SONDOR.
Por cierto, que llegando allí, les eché un buen sermón y les hice ver que estaban pisando un pedazo de historia de la música uruguaya y del rock criollo.
Aunque muchas promesas hicieron, no probé el tan anunciado ron de combustible e inspiración.
Igualmente, fue estupendo tenerles por aquí y para mí, en lo personal, conocer al Landete y a los chicos vacunos.




Letra de Miguel Angel Landete, ¨en cristiano¨, como dice su autor, que sugiere que con alguna copilla suena aún mejor.


EL ANIMAL
(Landete)

En ocasiones me encuentro con gente
que asegura que me conoce
y que más de una vez
terminamos en su casa.

Será de una de esas noches
que te quedás sin amigos
y te acercás a cualquier puerta
y siempre la encontrás abierta.

Soy como un río que se llena en verano
de fiebre y de mal: soy el animal.

Y después, al día siguiente,
todo son las ganas de largarme,
y en las noches del domingo
me dan siempre las trece

Ahora mismo extraño
acostarme acompañado,
que me desnuden por la noche
y que me garchen de buena mañana.

Soy como un río que se llena en verano
de fiebre y de mal: soy el animal
que no tiene hijos, nadie con quien discutir,
que le entra miedo de estar tan solo.

COYOTES PARA CUNHA

Coyotes

                    del ciclo de poemas El viaje que(nunca)hicimos a San Francisco



el desierto de noche
es la playa de estacionamiento
del miedo y la desolación
donde aúllan lejanas voces
descompuestas alarmas del espanto
“siempre son coyotes”
dice víctor cunha
“almas en pena”
retruca elder silva
y habla de aparecidos
historias de paisanos teletransportadas
desde los fogones de su pago
-colonia lavalleja salto-
hasta esta carretera gringa
donde suenan los pífanos del diablo
“coyotes, sólo son coyotes”
rezonga el gordo
mientras entre los cactos se pierde un viejo camión
anunciando una función de cine for nobody
en él el padre de cunha va estampando
en cuadernolas hechas con programas de cine
“para que el amigo haga sus primeras letras”
el camión tose y mete fierro en la noche del desierto
cuando oímos los tacones apurados de una muchacha
nibia sabalzagaray con la cara envuelta en nylon
muriéndose y muriéndose sin aire
“son espectros” susurra elder
los vemos pero ninguno dice nada
eduardo vaz ferreira cayéndose de rodillas
con un agujero en el cielo encrespado de sus sienes
alberto paredes riéndose como un coro de borrachos
-beto con cejas de mefisto y blandura de tío
más que hermano-
mi madre con catorce años y su brazo quemado en la lavandería
el gordo feldman ametrallado en buenos aires
así pasan demonios y los leves velos del otro mundo
“coyotes”, dice cunha,
siempre son coyotes”
y aviva el fuego.

De ¨La bufanda del aviador¨, libro en preparación