Había en los años 70, en Colón , una señora francesa que se llamaba Madame Paul. Era vegetariana, no usaba cuero y vivía con extrema austeridad.
Ella dirigía un colegio donde reinaba un total caos administrativo.
Un dia cayo un inspector de DGI y le reclamo un comprobante que no aparecía y el hombre dijo: " Señora no es que dude de usted, pero si no tiene el recibo debo ponerle una multa". A Madame le salían llamas de los ojos y le contesto: " yo no le miento.¿Usted cree que arriesgaría mi lugar en la vida eterna...por un puñado de dinero?
El hombre impresionado le dio 24 horas de plazo y Madame Paul dio vuelta el colegio, el papel apareció y no hubo multa.
Pero eso era lo de menos, la mera posibilidad de el inspector dudara de su honestidad ofendía profundamente a Madame Paul.
Ella, que generosamente, se había cargado de alumnos becarios, era una mujer con profundo sentido ético de la vida.
Y la mas ligera duda sobre su integridad la convertía en un doberman.
Porque sus palabras se sostenían en hechos de hierro y no simple mampostería.
Pienso en ella siempre que escucho discursos vacíos o las engañifas habituales del pantano de algunas bocas.