viernes, 13 de marzo de 2009

QUINTIN CABRERA SALIÓ DE GIRA.


Quintín Cabrera

Nacido en Montevideo (Uruguay), el 25 de abril de 1944, Quintín Cabrera es un cantor –músico y poeta– que se caracteriza, sobre todo, por su gran humanidad; una humanidad sencilla, generosa, comprometida y solidaria que fue adquiriendo, desde muy pequeño, gracias a presencias tan significativas para él como la de su padre, obrero y militante socialista que amaba la música y del que aprendió, según el mismo recuerda, que para ser revolucionario hay que hacer las cosas con amor.

Forjado en ese clima de compromiso y de humanidad, Quintín empezó a componer sus primeras canciones ya a los dieciséis años, cuando, tras la muerte de su padre, los compañeros del Liceo Nocturno le regalaron su primera guitarra.

“Fue entonces cuando empecé a hacer canciones para mí y para mis amigos –le comentaba a Luis Suárez Rufo, en una entrevista publicada, en 1976, en la revista Ozono–, y, sin darme cuenta, advertí que lo que hacía emocionaba a un cierto número de gente. [...] Así, estudiando por la noche –magisterio y agronomía, que nunca terminé– y trabajando por el día (fui camionero, vendedor, empaquetador, oficinista, carpintero...), llegué a ir agrandando mi pequeño círculo de oyentes”.

A principios de los años sesenta, Quintín se integró en el Comité de Arte Popular, que dirigía el musicólogo Casto Canel, y tuvo su primera actuación en público, como cantante, en el teatro Zitlowski, de Montevideo.

En 1967 viajó a Cuba, junto con otros creadores, entre los que se encontraban Marcos Velásquez, Daniel Viglietti o Aníbal Sampayo –como integrantes de la delegación uruguaya–, para participar en la celebración del Primer Encuentro Internacional de la Canción Protesta celebrado en Varadero.

Aquel histórico encuentro –del que surgiría posteriormente la Nueva Trova Cubana– fue organizado por la Casa de las Américas de Cuba y se celebró a partir del 24 de julio de 1967, con la participación de cantantes de dieciséis países: Chile, Uruguay, Perú, Argentina, Paraguay, México, Cuba, Haití, Estados Unidos, Inglaterra, Francia, España, Portugal, Italia, Austria y Vietnam.

Su objetivo fue mantener, durante tres días, diferentes sesiones de trabajo para analizar, a nivel internacional, los aspectos comunes de la llamada en aquel momento canción protesta, así como analizar conjuntamente las vinculaciones de ese movimiento musical y poético con la lucha en defensa de la liberación de los pueblos oprimidos y contra la discriminación racial.

El encuentro concluyó con la redacción de una Resolución final en la que, entre otras, apareció la siguiente afirmación: “La canción es un arma al servicio de los pueblos, no un producto de consumo utilizado por el capitalismo para enajenarlos [...]. La tarea de los trabajadores de la canción protesta debe desarrollarse a partir de una toma de posición definitiva junto a su pueblo, frente a los problemas de la sociedad en que viven”.

Para Quintín Cabrera, participar en aquel encuentro fue una experiencia muy importante y definitiva para su vida como compositor y como intérprete, sobre todo porque le proporcionó la gran oportuni- dad de conocer y de poder intercambiar puntos de vista y canciones con creadores de dieciséis países, entre los que figuraban Carlos Puebla –cubano–, Luis Cilia –portugués–, Rolando Alarcón y Ángel e Isabel Parra –chilenos–, Oscar Matus –argentino–, Oscar Chávez –de México–, Julius Lester y Barbara Dane –estadounidenses–, Claudio Vinci –francés–, Martha Jean Claude –haitiana–, o Raimon, que acudió en representación española.

“Aquélla fue la gran oportunidad de descubrir que si alguna vez habíamos caído en el error de pensar que estábamos solos, no lo estábamos –comentó Daniel Viglietti–. Nos encontramos desde todos los continentes la misma actitud de búsqueda, de denuncia, con unas formulaciones más o menos parecidas”.

Respecto a Quintín, la escritora cubana Clara Díaz Pérez, recoge, en su libro Sobre la guitarra (Ed. Letras Cubanas, 1994), la siguiente anécdota: una tarde –ya casi de anochecida–, todos los participantes del encuentro sostuvieron una charla amistosa e informal con Fidel Castro, que finalizó con un concierto familiar e improvisado en el que Quintín Cabrera interpretó su canción El fantasma –dedicada al Che–; Fidel, al escucharla, exclamó: “Lo que canta ese chico es mucho más directo y eficaz que un mitin”.

Finalizado el encuentro cubano, Quintín tuvo varias actuaciones en La Habana, Varadero y Santiago, y participó, junto con Carlos Puebla, en la filmación de un corto para la televisión francesa.

Poco tiempo después, viajó a París, a Suecia y, seguidamente, a Barcelona. “Mi llegada a Barcelona, en 1968 –comenta Quintín–, fue absolutamente casual. Estaba trabajando en Suecia, donde no me renovaron el contrato de trabajo, por lo que debía abandonar aquel país en un tiempo relativamente corto; entonces encontré un vuelo chárter a Barcelona que resultaba muy barato, y heme aquí”.

Ya en Barcelona, además de seguir componiendo, empezó a interpretar sus propias canciones en un gran número de recitales celebrados dentro y fuera de Cataluña –siempre en defensa de los derechos humanos y de la democracia–; y se licenció en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Bellaterra.

Trabajó como periodista –especializado en música– en radio, prensa y televisión, y se estrenó en el mundillo discográfico con su canción Milonga sobre cantores, en un histórico disco colectivo, titulado Todo está muy negro (Discos Cactus, 1973).

En 1975, Quintín Cabrera grabó su primer LP: Yo nací en Montevideo (Edigsa-Le Chant du Monde, 1975), disco de carácter eminentemente autobiográfico en dos sentidos: Por una parte, por la presentación que nos hace de su tierra y de su gente en canciones como Yo nací en Montevideo, Vidalita del desierto, Mi padre, el compañero, o Ferrán –dedicada a uno de sus hijos.

Por otra parte, en aquel disco Quintín incorporó canciones basadas en textos de poetas y cantores uruguayos a los que admiraba, como Carlos María Gutiérrez, Aníbal Sampayo –de quien interpreta, magistralmente, la canción Qué vida– y Marcos Velásquez, con dos temas: No puedo hablar y Juan, canción especialmente bella y solidaria dedicada a un obrero, “creador del planeta y de su pan”.

En aquel primer disco, además, Quintín incorporó la canción Solament, escrita en catalán, lengua que, en su afán desmedido de integración activa, aprendió a hablar a los seis meses de su llegada a Barcelona.

Su segundo LP, publicado en 1976, se tituló De qué se ríe? (Edigsa-Le Chant du Monde), obra que Quintín presentaba, en la carpeta del disco, con estas sinceras y entrañables palabras:

“Este segundo disco de Edigsa llega en un momento de transición, no solamente en la vida política del país, sino en mi pequeña historia particular. Son muchos los años que llevo fuera de Uruguay, y a pesar de que mis raíces son claramente uruguayas, mi vida diaria no lo es en absoluto.

“Estos años he compartido todos los problemas comunes a todos los emigrantes: he sentido nostalgia, he trabajado en mil oficios (allá donde no lo querían hacer los aborígenes), he aprendido una nueva lengua, hice nuevos amigos, nueva familia, aprendí nuevos paisajes y nuevas tierras, e incluso tengo ‘problemas generacionales’: Ferrán, mi hijo mayor (cinco años), me recrimina que no cante más canciones en catalán.

“He vivido en carne propia, no obstante, cosas tan hermosas como la solidaridad de clase, el internacionalismo. En realidad, este desarraigo que llevo a cuestas, compartido con cientos de miles de emigrantes, se compensa con el sentimiento solidario con todos los pueblos del mundo. Ello se refleja en las canciones; son sentimientos vivos.

“Me he sentido ‘entre los míos’ cantando no sólo en Cataluña, mi actual país, sino en toda la geografía peninsular y en Suiza, Alemania, Francia, Holanda, Italia..., y la gente me aceptó como a uno más ‘de los nuestros’, que es lo bueno”.

En aquel segundo disco, Quintín se sintió acompañado de un numeroso y espléndido equipo de músicos; entre ellos, Aureli Vila, Jep Nuix, Nicanor Sanz, Ramón Aragai, Jaume Francesc, Joan Oliver, Joan A. Bou, Eladio Rodríguez, Aureli Vila, Ernest Xancó, Rafael Escoté, “Max” Suñer, Jordi Vilaprinyó o Jordi Martí.

Entre las canciones que integraron el álbum, cabe destacar dos con textos de Mario Benedetti, musicalizados por él –Te quiero y Seré curioso, más conocida como De qué se ríe–; la canción Nadie se atreva a contarle, compuesta sobre un poema de Cástor; Vaqui q’un ser (Aquí una nit) –de Claude Martí, traducida del occitano al catalán–; No esconda la mano, de Víctor Lima, y cuatro canciones propias: El Sr. Daymán Cabrera –dedicada a su hijo–, Por el mundo, Canto de amor por Ciudad Ho Chi Minh –con música de Viçent Mayol– y En las noches de sueño.

Quintín, en 1978, completó lo que podríamos llamar su trilogía discográfica con Edigsa-Le Chant du Monde, a través de la edición de un nuevo LP titulado Como mi Uruguay no había.

En aquella tercera grabación incluyó canciones propias y canciones basadas o inspiradas en poetas amigos, a los que Quintín quiere y admira.

En concreto, nos ofreció seis canciones basadas en textos de poetas y compositores como Marcos Velásquez, o Eduardo Nogareda; y cinco canciones propias: Las bestias –que nació a partir de la matanza de abogados laboralistas que se produjo, en 1977, en la calle Atocha, de Madrid–, Pero che!... Mateo, A ras del suelo –dedicada a Luis Pastor–, Que sí, que no y Uruguayos campeones –canción llena de palabras, de frases y de personajes con connotaciones claramente evocadoras de esa patria uruguaya, tan próxima y tan lejana a la vez.

Tras aquel tercer disco, Quintín Cabrera aterrizó en Madrid, donde tenía grandes amigos que le conocían y le admiraban –muchos, como yo, sólo en la distancia y a través de sus canciones.

Entre aquellos admiradores figuraba Manuel Domínguez, crítico musical y amante apasionado del folk y de las músicas del mundo, que, en aquel momento, había puesto en marcha un magnífico e intachable sello discográfico llamado Guimbarda.

En 1979, Manolo le propuso a Quintín grabar su cuarto disco en su nuevo sello, y así fue como nació la que personalmente considero su obra más completa e interesante: la titulada Un largo abrazo de agua (Guimbarda, 1979).

En aquella ocasión, Quintín volvió a rodearse de un magnífico equipo de músicos y de colaboradores que intervinieron en la grabación de forma absolutamente solidaria: Fausto Díaz Bordado –que se responsabilizó de los arreglos y de la dirección musical–, Luis Pastor, Bernardo Fuster, Teresa Cano, Paco Morote, Kinito, Pascual Villaescusa, Luis Mendo, Rafael Puerta, Gonzalo Ferrari Prezioso, Nito Corrazo, Eduardo Hernández Videla, Gladys Cabrera y el inolvidable Rufo, que tan importante fue para nuestra música popular y tanto hizo por ella.

Respecto a las canciones de aquel disco, hay que decir que todas fueron compuestas, música y letra, por Quintín, menos la titulada Amor que tens ma vida, canción basada en una melodía provenzal del siglo XVI; bellísimo tema, hermosamente tierno, que fue el primero que el cantante uruguayo aprendió tras su llegada a Cataluña.

Entre 1979 y 1995, haciéndole frente a la llamada crisis de los cantautores que se produjo tras la transición democrática española, Quintín Cabrera siguió componiendo canciones, ofreciendo sus recitales –muchos de ellos en solidaridad con alguna causa justa y necesaria– y, sobre todo, implicándose en todo tipo de iniciativas que tuvieran que ver con el mundo de la música y de la canción de autor, del que nunca dejó de ser un militante activo y apasionado.

Una de aquellas iniciativas que, en su momento, resultó útil e interesante fue la fundación del llamado Centro de la Canción ZECA, en recuerdo al grandísimo creador portugués José Zeca Afonso.

Aquel centro surgió, fundamentalmente, como una plataforma reivindicativa del género de la canción de autor, y, en esa misma línea, como punto de encuentro para aunar el esfuerzo de los cantantes respecto a la apertura de canales, o de espacios, para la expresión y la difusión de sus creaciones.

En 1995, al tiempo que realizó un intenso trabajo como secretario de ZECA, Quintín grabó y reapareció en el mundo discográfico con un nuevo disco al que llamó Plenilunios (Delicias Discográficas, 1955), obra arreglada y dirigida musicalmente por Andrés Bedó, en la que colaboraron, entre otros artistas y amigos, Javier Bergia, Pablo Guerrero, Eliseo Parra, Luis Pastor y José Antonio Labordeta.

Seis años más tarde, en 2001, Quintín Cabrera decidió hacer una especie de síntesis musical del camino recorrido, que concretó en la edición de un CD en el que volvió a interpretar dieciséis de sus canciones más significativas.

Aquel trabajo, titulado Casi, casi, una vida (Temps Record, 2001), se grabó en la sala Manuel de Falla de la Sociedad General de Autores y Editores, en Madrid, con Eliseo Parra como coproductor.

El periodista Xabier Rekalde –amigo entrañable, lamentablemente fallecido–, tras escuchar el nuevo disco de Quintín, escribió una reseña a la que tituló “Una vida en canción”; reseña que me permito reproducir a continuación porque considero que nos ofrece una magnífica síntesis de la obra y de la personalidad de este poeta y cantor uruguayo, bondadoso, solidario y de sensibilidad desbordante:

“Quintín Cabrera –escribía Xabier– ha cocinado un álbum fresco y sentido con los restos vivos de la batalla: es un relato de lo que ya está hecho, y también de la persecución de los imposibles que tenían que haber sido.

“Está levantado en la pequeña vida cotidiana, en ese rinconcito personal que sólo los tozudos han sabido hacer diferente, aunque haya salido regular, y sólo sea el refugio que les permite respirar más a gusto entre las nubes del pensamiento tóxico.

“Es un disco emocionado de la ruta inacabada de este cantor montevideano que ha replicado a todas las soberbias, en Barcelona, en Sevilla, en Madrid, allá donde su travesía ha tenido hueco para depositar los recortes mellados de su inmensa humanidad, las cosas de aquí con rimas de otro mar, con la cadencia aromática de su infancia y con la rabia y la ternura crecidas y aseguradas por los años. Lo hace en el castellano viajero que ha ido cuidando en su inquieta mesilla nocturna; y en el catalán, porque es una lengua suya y de sus hijos.

“Este es un disco hilado con estambres delicados, con casimires rítmicos que avivan unos arreglos espontáneos y sutiles. Hay muchas manos en la trastienda amorosa de esta obra. Hay instrumentos y voces amigas. Y se notan el pulso y las caricias felices de la cabeza organizadora más creativa de esta témpora seca: la de Eliseo Parra. Y hay un mundo de colores breves, francos, enteros, que son los que corresponden a las palabras, los que subrayan mejor su intención. Quintín nos ha devuelto un pasado que andaba escondido, y se nota como presente. Y pienso en alto: el amor y el combate son la misma cosa. Es casi, casi, una vida, cantada haciendo repaso sentido de la retaguardia de todas las experiencias, que es el espacio donde realmente han sucedido”.


DISCOGRAFÍA DE QUINTÍN CABRERA

• Todo está muy negro (Discos Cactus, 1973; LP colectivo en el que Quintín interpretó su Milonga sobre cantores)
• Yo nací en Montevideo (Edigsa-Le Chant du Monde, 1975)
• De qué se ríe? (Edigsa-Le Chant du Monde, 1976)
• Como mi Uruguay no había (Edigsa-Le Chant du Monde, 1978)
• Un largo abrazo de agua (Guimbarda, 1979)
• Plenilunios (Delicias Discográficas, 1995)
• Casi, casi, una vida (Temps Record, 2001)
• Naufragios y palimpsestos (Sello Autor, 2008)

domingo, 8 de marzo de 2009

MEMORIA DEL DARNO



Iba a ser plaza y terminó siendo bar trovado.
Llovió de 4 a 18 y 30, más o menos.
Nadie sabía qué iba a pasar.
Llamé a Inés Trabal y me dijo de esperar a que escampara la lluvia.
Así lo hicimos, y terminamos en un bar de Washington y Maciel en memoria de Eduardo Darnauchans Miralles.
Siguen dos visiones del asunto.

Bar trovado
1) DICE EL MACU - Una veintena de poetas, músicos, amigos y compinches de Eduardo Darnauchans, en la búsqueda del trigo de la luna, se habían juramentado para hacerle un homenaje en el segundo aniversario de su salida hacia una gira eterna, nada mágica ni misteriosa. El lugar elegido era Piedras y Maciel, en un espacio bautizado por la mano anónima de los jóvenes como Plaza Darnauchans, pero la tarde de este 7 de marzo, día de balance presidencial, fue visitada por una furiosa lluvia que empezó a las 17 horas y escampó a las 18 y 30, una media hora antes del inicio del homenaje previsto en la calle. La Unidad de Animación de la Intendencia Municipal de Montevideo ya había puesto pies en polvorosa, a causa de la lluvia, cuando los organizadores decidieron realizar el homenaje de cualquier modo, en un boliche ubicado a unas tres cuadras del lugar inicial, en Washington y Maciel, en un pequeño bar que bien podría haber estado ubicado en el Paseo de la Desolación, ante la sorpresa de los parroquianos habituales, comenzó a caer un el nutrido grupo de artistas homenajeantes. El poeta Víctor Cunha, Macachín, Ana Solari, Matías Brum, Agamenón Castrillón, Martín Barea, Inés Trabal, Washington Benavides, Mario Delgado Aparain, el Paco Cigueña, entre muchos otros, sentados en las mesas, en el suelo, parados, acodados en el mostrador, en la calle, siguieron la sucesión de canciones, poemas y recuerdos. Don Washington Benavides, maestro y compañero del trovador desaparecido, abrió el acto con un bello y emotivo texto titulado ¨Tratadito sobre Eduardo Darnauchans¨. Después vendría toda la cabalgata de recuerdos lindos y tristes de los amigos y pares del Darno. Como bien dijo Benavides, frente al bar trovado, “le hubiera encantado que el homenaje fuera en este lugar¨.


2) DICE CUNHA
Me queda lo de pies en polvorosa de la Unidad de Animación. En verdad dicho así suena a que huyeron y la verdad es que no huyeron nada. Por el Darno, porque era para el Darno, debe haber sido el evento más consultado de los últimos 10 años. Aparte de todo lo que se habló durante una semana, se charló telefónicamente a las 14. A las 17 el encargado propone esperar para resolver a las 18, a las 18 se volvió a hablar (aún sin resolver), la Unidad propone ir hasta el lugar y ver allí (Inés Trabal una de las organizadoras, mensajea a los celulares “seguimos adelante“ que quiere decir exactamente eso). Cuando la Unidad llega con su transporte, el responsable otea el horizonte, las nubes bajas sobre la ciudad, mira su negrura (Goethe no hubiera conseguido poner unas mejores un día de homenaje al joven Werther), mira el interior de la camioneta y los miles de dólares en equipos que allí están, piensa en los 300 espectáculos o más que la unidad realiza por año desde hace más de 20 años buscando una comparancia que le permita decidir si armar o no, vuelve a mirar al cielo y concluye: “Lo estudiamos para el sábado que viene”. La incertidumbre no pudo traspasarse a riesgo. Antes de eso habían fallado tratativas para un lugar cerrado y grande en las inmediaciones. Como nunca se sabe y hace años que no creemos en el sábado que viene, lo hicimos igual.
Lo nuestro fue sencillo, el Macu nos presentó para que hiciéramos un numerito muy sencillo, donde se cruzaban afectos y estrenos, Ana era la primera vez que tocaba en vivo con mi ahijado (su hijo Matías) y yo era la primera vez que leía con mi hijo Diego (el ahijado del Darno). Para los cuatro juntos también era la primera vez. Así vamos, así fuimos.