miércoles, 2 de abril de 2014

Los biplanos de mi padre.



Mi viejo no era un tipo habilidoso y no sabía hacer nada de las cosas que los hombres de su generación sabían hacer.
No sabía cambiar un enchufe, arreglar un electrodoméstico o hacer las reparaciones que estaban destinadas a que las hicieran " los hombres de la casa".
Habitualmente, esas cosas, resignadamente las hacia mi vieja o mi tío Cassiano que vivía largas temporadas con nosotros.
Pero nadie lo reprochaba, porque mi padre era peluquero y guitarrista y cuidaba sus manos para ambos oficios.
Sin embargo, recuerdo que con una maderas y unas tapas de refresco y algo de cartón hacía unos biplanos parecidos a los de la Primera Guerra Mundial.
El Niño que alguna vez fue, que temía a los sapos y amaba los aviones, quizás no se había ido del todo y aparecía para compartir conmigo la construcción de esas fantásticas máquinas voladoras.
" Si lo pintamos va a quedar igual que un aeroplano verdadero" decía mi padre pero eso nunca sucedía.
En primer lugar, porque en mi casa nunca había una lata de pintura o de esmalte, ni pinceles y aunque los hubiera habido el no hubiera tenido la capacidad de hacerlo.
Mi viejo construía el avión con las maderas que pedíamos en la carpintería del barrio, buscando las de igual longitud para las alas.
Colocaba una madera transversal para la parte del comando y fuselaje del avión.
Clavaba una madera con tapas de bebida como ruedas y hacia la cola y la hélice con pedazos de cartón o madera compensada.
A veces dibujábamos con crayolas unos círculos concéntricos en las alas y la cola, pero el avión era en su totalidad de madera cruda.
El decía la frase habitual, " si lo pintamos...", sabiendo los dos que nunca sucedería.
Tuve varios de seis aeroplanos, biplanos en realidad, que mi padre construyo para mi antes que le cayera encima  mucha miseria y un batallón de hijos.
Buena parte de mi adolescencia y juventud la pase enfrentado a mi padre, sus debilidades, su inmadurez para enfrentar la realidad de la vida.
Allí se abrió una profunda grieta que siguió ensanchandose en mi madurez, sin que ninguno de los dos lograramos entendernos desde nuestras respectivas contradictorias existencias.
El levanto vuelo sin que yo pudiera, ni quisiera decirle, entonces, lo mucho que lamento que no pudiéramos juntarnos  otra en un biplano de ilusiones.

Mi padre me enseño a amar a los caballos y a los aviones, por eso cuando veo un avioncito de madera me parece que me extiende la mano para mostrarme lo que ambos nos perdimos.