En la confitería Florida Garden
de la calle Florida
-que ya no existe,
porque solo existe el-
está sentado a la hora del té.
Un enjambre de avispas movileras
lo descubre y se abalanza sobre el.
Con buenos modales de vampiros
golpean el cristal de la ventana
para que se les permita entrar.
Es un estruendo de flashes, cámaras
cables desplegados,gritones
y curiosos que saludan.
Es tal el alboroto
que él piensa si no ha cometido el error
de salir a la calle
un día peronista.
El avispero se despliega
en torno a su mesa.
Coronavirus, inflación, fondos buitres,
el discurso del presidente, los rugbiers asesinos
y algún nombre de la literatura de mercado
forman el paquete de preguntas.
Aunque es la hora inglesa
él está tomando un vaso de leche
con plantillas doradas.
Con ojos que miran a ninguna parte
deposita con precisión
el vaso sobre el platillo:
“ no tomen en cuenta mis opiniones
las opiniones de un hombre ciego
desde hace muchos años.
Lo único real
en la penumbra
es la biblioteca de mi padre”.
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