viernes, 15 de agosto de 2014

Mojos & Mojones

                                                                         
                                                                     Atilio Pérez da Cunha  
               

                        Estampas de Macunaíma
                                                    A mi primo P.B.

Antes que mi tío mayor "decidiera" que teníamos que ir a vivir con la abuela María, mi pasado era apenas un puñado de recuerdos fragmentados, fotogramas de sueños perturbadores e imposibles.
  En aquella casa de la calle Girósiempre había un mundo de gente. Estaban mi primo Milton, hijo de unaprima de mi madre, el tío Cassiano, la abuela María yaquellos visitantes ocasionales, que suelen permanecer como si tal cosa interminables temporadas.
Eran antiguos vecinos de Pueblo Cardozo o de Paso de los Toros que habían caído del Norte a la capital " por efecto de la ley de gravedad", como decía Belchior, o a causa dealguna desgracia.
  Algo así le ocurría a Marciano, un amigo de la infanciade mis tíos, que había traído a su mama a Montevideo para hospitalizarla. Era un tipo amable y muy atento. Mis tíos y mi abuela lo adoraban, sobre todo porque cuidaba a su madre en el hospital " como una hija", expresión queescucharía varias veces años más tarde. El tipo la lavaba, le cambiaba la ropa, la perfumaba y la peinaba con esmero. Pero, un día salió un momento de la sala para tirar unos residuos y traerle agua a su madre y, cuando volvió,ella se había ido.
Lo recuerdo llorando con desesperación, tirado sobre la cama en la que dormía mi tío Cassiano. Fue la primera vezque vi llorar a un hombre.
  Otros de los personajes frecuentes en la casa era una mujer que se llamaba Gala tenía el pelo blanco plata, recogido en un rodete, usaba anteojos de armazón de metaluna pañoleta asegurada al pecho con un enorme prendedorUsaba un bastón para pedirnos atencióngolpeando el piso o para advertirnos que nos vigilaba cuando estábamos a punto de hacer una travesura.
El toc-toc en el piso y la mirada severa de Gala, nunca se pasaban por alto. Ella llegaba con un inmenso baúl dondeguardaba sus enseres y sus ropas que olían fuertemente a naftalinaEn aquel baúl, entre otros misteriostenía un mono a cuerda, de lata. Le faltaba una mano, por lo cual lo había bautizado " el Mono Manco" y era una de sus posesiones que más despertaba nuestro interés.
Pero Gala usaba al pobre mono como un elemento punitivo, ya que siempre nos estaba amenazando con un " si no comes, o sí haces esto o aquello, el Mono Manco te va castigar". Lo mostraba furtivamente y lo volvía a esconder en el fondo del baúl. Esta es la parte menosamigable del recuerdo de aquella mujer, que fue para mi madre como una tía de sangre, pero que me provocabapesadillas nocturnas con el Mono Manco y sus poderes maléficos.
 A la casa de la calle Giró también llegaba cada poco otro personaje memorable: Agustincito. Era un hombre fornido, pero todos lo llamaban así. Su sola presencia en la casa yanos ponía sobre aviso: mientras estuviera él no podríamos correr, ni saltar, ni gritar, ni hacer todo lo que hacen los niños cuando visitan la casa de la abuela.  En realidad, las cosas eran así porque Agustincito estaba desahuciado. La mujer ya vestía de negro, se sonaba la nariz a cada rato y lloriqueaba por los rincones. Mis tíos la abrazaban, las tías preparaban té y la abuela la confortaba con palabras susurradas para que no la oyéramos los niños.
    Este es el fotograma de Agustincito y su mujer: un tipo gordo durmiendo la siesta y la mujer al lado de la cama,sentada en una silla  velando el sueño del desahuciado.
"Shhhhh, está Agustincito durmiendo, no hagan ruido que está enfermo", decía mi madre entre horribles pellizconesde advertencia.
  Con el paso del tiempo, el tal Agustincito enterró a la mujer, a mi abuela y sobrevivió a muchos de mis tíos.
Otra presencia frecuente, pero sin residencia era Cata, una mujer flaca, puro diente y puro ojos.
Ella había sido la amiga infantil y adolescente de mis tías mayores que, para entonces, ya estaban todas casadas.Cata no. Era también de Paso de los Toros y a ella le debo haber oído temprano la expresión dragón, pero en aquel tiempo no la asocié a reptiles o dinosaurios flamígeros.Faltaban casi cincuenta años para ver Parque Jurásico.
"Dragón" era algo que le pasaba a Cata y que la hacía reír todo el tiempo, y hasta canturrear y estar alegre un rato.
Aquel estado dragón no le duraba muchoporque despuésCata desaparecía por semanas y nadie tenía noticias de ella.
  Mi madre, que tenía poco más de veinte años, ya tenía tres hijos y mis tías andaban todas ya con uno o dos hijos.Pero Cata seguía invariablemente soltera y sin esperanzas, excepto cuando caía en el estado dragón. Entonces llegaba eufórica y muy pintada. A veces traía una zapatilla de crema de la panadería del Imperio y se convertía en el centro de la rueda de mate.
No sé, no recuerdo en qué momento Cata desapareció de nuestras vidas, pero aún me quedan estas sus imágenes como un pedazo de cinta de 35 milímetros.
De aquella época recuerdo también a tía Rosa. Era una tía política más negra que un cuervo. Su cara tenía algo de pico de pájaro oscuro (no en balde a su hermano, que se parecía mucho a ella, le decían " pico chato"). Hablaba con tono serio y reposado, con permanentes referencias a asuntos religiosos que no comprendía del todo bien. Era testigo de Jehová, Devota y practicante, siempre y cuando la religión no atentara contra la diversión y las reuniones familiares, que era lo que realmente le gustaba. Entonces se transformaba, como si un espíritu sinvergüenza la hubiera poseído. Bailaba y se reía. Sobre todo mi padre, sin mucho esfuerzo y sin demasiado ingenio, la hacía reír hasta el paroxismo.
Entonces, mi tía Rosa se reía y se reía. Se le caían las lágrimas y hasta, como le pasó una vez en un picnic, se revolcaba por el piso. "Pare Dante, decía con los ojo llenos de lágrimas, ¡Pare, por favor!".
Mi viejo, lejos de parar, seguía diciendo simplezas, que a la pobre mujer la hacían desternillarse de risa y quedar al borde del colapso.
  Mi tía Rosa fue el primer adulto que vi llorar de risa.
A veces también caía a la casa de la calle Giró, mi tío Eulogio, que vivía en el Cerro con su mujer y sus cinco hijos. Por ser el marido de mi tía la mayor y porque mi vieja cuidó a sus hijos cuando era una jovencita soltera,designaron a Eulogio padrino mío.
Era un hombre tosco y curtido por las desgracias y había trabajado en el frigorífico lo burro desde niño. No tenía más conocimientos que saber leer y escribir. Pero sabíatrasmitirme una ternura muy especial. Se quedaba mirándome con asombro el centímetro o dos que yo había crecido desde la última vez que me había visto. Entonces, me levantaba y me apretaba en un abrazo de los suyos.Luego, me daba una moneda de las que seguramente no le sobraban, y se volvía al Cerro, para nosotros un lugar tan distante como el espacio exterior.
En aquella época, la casa de la calle Giró llegó a conocerun verdadero esplendor. En realidad, la verdad sea dicha,un cierto confort que después se derrumbaría sin ruido.Recuerdo la heladera eléctrica, el combinado y los discos,la biblioteca y la mesa siempre bien servida. 
  Recordando aquel mundo me siento y me veo arrellanadoen la butaca diez de la fila ocho de la sala del CineMontevideo. No estoy solo. A mi lado está el queridoPololo Pose juntando pedazos de sueños rotostrozos desechados de celuloide que develaban actos y personajesde una vida. Pero lejos, muy lejos del fondo de la trama.

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