domingo, 25 de julio de 2010

ELDER SILVA EN EL CENTRO CULTURAL DE PLAZA DE LOS OLIMPICOS





Presentación del libro de Elder Silva Rivero el 22/7/10 en Malvín



Ricardo Fort no conoce a Elder Silva Rivero.
Y si lo oyera nombrar pensaría que se trata de algún productor agropecuario de la pampa lejanísima y ajena.
Las novias de Ricardo Fort tampoco lo conocen, aunque estoy seguro que a Elder les gustaría conocerlas.
Viviana Canosa, Juanita Viale, Jorge Rial, Belen Francese tampoco tienen ni idea de quien es, porque sus libros no son objeto de comentario alguno en los programas de actualidad.
Elder nunca será invitado al Show de Cristina en Miami a compartir el set con portorriqueños que hablan con dios y cubanos que se comunican con extraterrestres.
Patricia Zangaro y Sarita Perrone tampoco tienen idea.
Y que no tengan idea sobre alguna cosa o sobre todas las cosas, no es ninguna novedad.
Así está el mundo amigos, al menos, el mundo bajo el imperio de la Televisión Chatarra el engendro menemista que nos coloniza cada hora de nuestra vida uruguaya.
Los asuntos verdaderamente importantes son que Fulanita se puso tetas, Zutanita se hizo la cola, a Menganita le explotaron las tetas y la Mole Moli no se baña.
A ese mundo de bisutería y chatarra no le importa la poesía, ni los poetas.
Sobretodo cuando dicen: ¨Toda poesía es hostil al capitalismo¨, como alguna vez lo dijo Juan Gelman, a quien los grandes medios no tienen tampoco el gusto de conocer.
Pero yo sí conozco a Elder Silva Rivero, porque soy uno de esos
¨dos que retornan entre reflectores
por calles
enteramente oscuras, enteramente claras
En la memoria
la brea derretida
sobre el pavimento, el revés de lo otoñal,
tensos renglones de un kerouac
que murió solo
y con un derrame intestinal¨.
Estoy por eso aquí esta noche, cerca de la geografía conocida de mi barrio, con familia, amigos y vecinos, celebrando al poeta que conozco y del hombre que camina conmigo
desde hace más de 30 años.
Ese hombre es mi amigo, mi hermano, mi compadre, mi camarada, mi compinche y, si es necesario el puntero ventilador del equipo en el que juego con otros veteranos.
No esperen Uds. de mí un sesudo análisis literario, una visión crítica, soy sólo un poeta menor o acaso un lector apasionado de una sociedad de poetas entre los que se encuentra Elder.
Elder Silva Rivero nació en Colonia Lavalleja, en el Salto Oriental en 1955.
Maestro destituido y poeta resistente, llegó a Montevideo en 1977, y él dice que me vio a poco de llegar en la esquina del Sorocabana sentado en una moto.
Durante años, debo confesar, esta anécdota recurrente en boca de Elder en reuniones de amigos y compañeros, me resultaba un poco a ficción literaria.
¿ Yo en una moto? Imposible, fantasías de Elder.
Pero parece que, como dice Serrat, de lejos se ve más claro, porque realmente sucedió así.
En aquellos duros días del 77, probablemente la moto fuera la de mi amigo Carlos Perdomo, un bribón melancólico al que quise mucho y que era oriundo de Malvín.
Pero no puedo precisar quien fue el que me presentó a Elder, podría haber sido el entrañable poeta y periodista Alejandro Michelena, o Brian Peralta un maestro salteño en cuya casa se encontrábamos a veces los que vivimos como huérfanos bajo la dictadura.
No importa demasiado como fue nuestro primer encuentro que selló un lazo de sangre y afecto para siempre.
Si puedo recordar que Elder aleteaba y daba saltitos nerviosos como un pájaro que quiere comerse el campo azul del cielo.
Me habló de unos poetas de Salto, sus amigos y compañeros, especialmente de Juan su amigo ferroviario.
Estábamos muy solos y cagándonos de frío en medio de la hora aciaga de la dictadura, así que nos abrigamos mutuamente partiendo el pan escaso y las tibiezas escasas que disponíamos.
Compartimos entonces inolvidables aventuras en tertulias literarias a las que caíamos porque estábamos muy mal comidos, y un plato caliente y un buen vino vale cualquier sacrificio, como lo dejó demostrado el poeta Luis Pereira, sutil transformador de una obra completa en un suculento chupín de pescado.
Anduvimos juntos, con otros poetas, nuestros hermanos Víctor Cunha, Luis Pereira, José Luis Hernández, y cantores, resistiendo como pudimos, para llenar el silencio de ruidos y ruiditos.
Por eso, nos saltaba la térmica, cuando de afuera nos llamaban ¨la generación del silencio¨.
Con Elder Silva Rivero y otros cuates, que ya he mencionado, hubiera ido de viaje a San Francisco en la costa Este de Gringolandia, para andar de carretera y carretera haciendo nuestra propia novela on the road.
Pero no pudimos,
Con nuestro grupo Fabla y con Elder anduvimos por cooperativas de viviendas, centros cristianos de base, organizaciones sociales y en las primeras organizaciones sindicales permitidas, cuando aún estábamos en dictadura.
Durante estos años alumbramos hijos, libros y mantuvimos la lealtad a la poesía y a maestros comunes como Washington Benavides o Walter Ortiz y Ayala.
Y festejamos algunas ganancias, padecimos algunos timos, a esta altura de escasa significación y tambié
n lloramos, juntos, perdidas irreparables como la de nuestro amigo/enemigo más íntimo, Eduardo Darnauchans,
Treinta años después, de aquella tarde o nochecita, en la que Elder Silva Rivero saltaba como un pájaro en la rama, estoy aquí en este punto impreciso entre el Buceo y Malvín,
introduciéndolos a su poesía ya su nuevo libro.
Pero antes estuvo líneas de fuego:
( Leo ¨La CAJERA DEL OXFORD¨)
UN VIEJO ASUNTO CON EL SOL
( leo Villa Española)
Cuadernos agrarios
( Leo Salto Pueblo Lavalleja)
Mal de amores
( Leo Meesa familiar)
La frontera es como un leve campo de manzanillas)
Leería el poema a su padre, pero no puedo, me afanaron el libro)

Y ahora viene Sachet.
En este punto ya no leo nada.
Doy un abrazo a Elder Silva Rivero y dejo que él se encargue.

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