domingo, 2 de noviembre de 2008

ROBERTO SANTORO, POETA ARGENTINO DESAPARECIDO.


REJUNTANDO PEDASOS DE A CACHITOS
Por Poni Micharvegas (*)
(desde Madrid)
La escena fugas transcurre en el puerto de Buenos Aires. Nunca supe cuándo fue. Si en el mismo nefasto 76 o en los meses iniciales del 77. Un barco de pasajeros va a sarpar rumbo a Europa. Entre los que se despiden en la dársena - ha desidido dejar el país terremoteado por una violensia desatada e incalculable -, está el poeta Luis Luchi. Sus companieros de aventuras líricas, Roberto Santoro entre eyos, le abrasan y le besan. También lo hasen con Nélida, la cumpa de Luchi. Hay una emosión más que honda. Ahogante.
Luisito –así le yamábamos a Luchi los cercanos y los prójimos -, le pregunta a Santoro: “Y vos, Roberto, cuándo te embarcás? Tendrías que hacerlo cuanto antes”. Luisito me narró muchas veses aquel episodio que, según él, hubiera cambiado la vida de Santoro. Para Luchi era como una idea recurrente, una obsesión pertinas. “Tengo una responsabilidad, Luchi. Yo me quedo.
Compartiré con los cumpas lo que venga…”.

Mi amistad y frecuentasión con el poeta de “Poesía en general”, se incrementó cuando – después de habernos bajado por la fuerza de CPU (Canto Popular Urbano), un frente artísticocultural que reunió a poetas, músicos, cantores, actores y bailarines entre diciembre de 1972 y enero de 1974, tuvimos que disolvernos por las amenasas constantes y el apriete que sufríamos al poner en juego un inaugural discurso poético cantado y una actitud de compromiso vital cercana al soniado Hombre Nuevo. Cada tanto me caía a las reuniones de la AGE (Agrupación Gremial de Escritores), convocadas en el local de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores), y cuyos propósitos de defender derechos de creadores y discutir la realidad candente de esos días, nos resultaba útil para saber qué estaba susediendo en nuestra capa y en todo lo relacionado con la expresión de la libertad, cada ves mas reprimida, censurada, perseguida. Ayí circulaban muchos companieros de la letra y la acción: Diego Mare, Vicente Zito Lema, Simón Kargieman, “Coco” Moreyra, David Viñas,Ricardo Piglia, Alberto Costa, Carlos Patiño, José Antonio Cedrón y los que después, tristemente, engrosarían esa lista inaudita de los yamados “detenidos-desaparecidos”, eufemismo y paráfrasis del genocidio aniquilante instaurado por los milicos y sus húsares de la muerte: Lucina Álvarez y su cumpa Oscar Barros, Haroldo Conti, Juan Carlos Higa, Dardo Dorronsoro y el mismo Roberto Santoro. Nunca dejó de impresionarme el alto presio que pagó la AGE frente a la represalia: seis companieros de los cerca de la cincuentena de integrantes activos. ¡Poetas que yevamos en nuestros corazones!

Roberto, “El Negro”, era un hombre dinámico, empenioso, desidido. Arrastraba tras él una épica de muchacho inquieto, insatisfecho con la vida que nos había tocado bancar, con una voluntad radical de cambio manifiesto, resuelto no sólo a yevar la poesía a la caye sino a traer la caye a la poesía. Una sola ves leímos juntos en un acto de solidaridad, en un club de barrio. Él lo hacía con una vos aguda, desasosegada, perentoria: profería sus poemas breves e incisivos, especialmente los de “Uno mas uno humanidad”, rápida, velosmente (“como punialada e’surdo”, que dirían en el campo criollo…). Procuraba un efecto tenso, de aclaración y determinasión urgente, de señalización dramática.
La última ves que le ví, yo ya había desidido dejar Argentina: las cosas no me iban nada bien y un cretino amaneuense calificado de “periodista”, se propuso arruinarnos la existencia metiéndonos, en lo que podía interpretarse como una “lista negra”, a unos 800 companieros: “El mito peronista”, del funambulesco fantasma Roberto Aizcorbe, sostenido por los servicios secretos de la Marina y pagado por los capitalista Bunge y Born. Tomábamos un refresco en un bar de San Telmo y hacíamos tiempo para ir a una reunión donde programábamos actos. No le comenté al “Negro” mi desisión. Para qué yenarlo de mi angustia, de mi incertidumbre, del panorama sombrío que tenía por horisonte…

Estábamos en Brasil, resguardados en el chalé de mi amigo Joâo Portinari,
en Buzios, cuando en un diario leímos la noticia de su secuestro en su lugar de trabajo. “La Familia Unitas” le había pasado por encima. Como hiso con 30 mil ciudadanos mas y con siento de miles de exiliados (fenómeno éste todavía no satisfactoriamente estudiado ni analisado y, menos aún, reparado política, cultural, artística, científica ni materialmente) y miles de presos políticos y cientos de hijos y nietos de militantes o simpatisantes con esa revolución pendiente. Ya habíamos pasado el trago amargo del secuestro de Haroldo (Conti):
Sabíamos de las detensiones del extraordinario poeta Miguel Ángel Bustos y el periodista Enrique Raab. Y estaban anulados los recursos de habeas corpus!
Y del autista criterio aquel de “¡aquí no pasa nada!” se viró despeyejadamente
a un penoso “¡por algo habrá sido!”.

Cada ves que leo para audiencias los poemas de Roberto Santoro, ayí donde sea, la ciudad o el país que sea, al pronunsiarlos, siento que profiero con gotas de sangre viva en la sombra de la garganta, todos los nombres de los sin nombre que fueron avasayados por un plan criminal sesudamente madurado y ferosmente puesto en acto. Por eso el título que le puse en esta nota: nuestras vidas no han de ser otra cosa que rejuntar pedasos de a cachitos…

(*) Poeta, músico, pintor, médico, psicoanalista. El autor pidió que se respetara la grafía del texto “ya que es una lucha que yevo contra la hegemonia de los academicos de la lengua que también quieren serlo de la realidad”

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