Me lo manda el Esteban Leivas, hermanísimo de mi alma, allá en Valencia con sus hijos, sus peripecias y sus pollos al ajillo. Está ahí siempre, como mi corazón, como el colesterol, como la tos del cigarrillo, como los helados de Sylvia, como la música. Linda y triste presencia, como diría el poeta Falco. La vida sigue siendo el arte del encuentro.
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