
Tristecía por milonga
después de cien mil cigarrillos
de menos
alfredo zitarrosa se aparece
en la noche de mis sábanas
diciéndome con obstinación perruna:
“no me vendas ni me compres,
que no soy mercancía, muchacho”
caprichosa manera de presentarse
con el impecable traje oscuro
la boca grave y honda como un libro
el labio pegado al cigarrillo
“el que me debe la vida, hermano”
-dijo sin quejarse-
sonrió como sólo puede hacerlo
aquel que sabe poner comas
puntos y aparte
adjetivar sin dar muerte a las cosas más bellas
alfredo dio una pitada gloriosa
y apoyado en la ventana susurró
-como una cadena
deslizándose en la rondana-
“ya viene el día, cuidáte”
para salir apenas por un rato
al Otro lado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario